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sábado, 28 de febrero de 2015

butterflylEscrito por Debbie Morris
¡Oh, cuán agradecida he estado a lo largo de los años por el ejemplo de Ana! Me ha animado en muchas maneras. Como madre joven, luego de darme cuenta de que yo no podía proteger a mis hijos las veinticuatro horas, los siete días de la semana, la historia de Ana me ayudó a estar segura de que Dios era suficiente para cuidarlos todo el tiempo.  Podía confiar en que Él los cuidaría cuando yo no pudiera. Al enviarlos a la escuela cada día, luego de que Robert y yo orábamos por ellos y le pedíamos a Dios que los guardara del mal, podía entregárselos a Él con completa tranquilidad.
Eso no es para decir que yo esperaba que Dios los protegiera de todas las experiencias negativas. Dios nunca prometió hacer eso. Ninguna de nosotras puede flotar por los días en una biosfera divina, aisladas de los peligros de la Tierra. De manera que mis hijos experimentaron los golpes y las sacudidas que vienen junto con el crecimiento. Es bueno que también lo sintieran.
Los baches que los niños encuentran y los dolores infantiles menores que sienten, les ayudan a aprender a acudir a Dios ellos mismos cuando necesitan ayuda. Si nunca se enfrentaran con ninguna dificultad, no desarrollarían la fortaleza para vencerlas. Ellos no se convertirían en los conquistadores que deben ser.
Es por ello que como padres debemos buscar a Dios para obtener el equilibrio correcto a medida que guiemos a nuestros hijos hacia la madurez. Tenemos que evitar la tendencia de ser sobreprotectores, mientras que a la vez estamos ahí para intervenir por nuestros hijos cuando ellos necesiten nuestra ayuda de verdad. Es ciertamente un desafío, pero eso es lo que intenté hacer. Confié en el Señor, les di a nuestros hijos la libertad de crecer y les hice saber que si necesitaban alguien que abogara por ellos podían contar con que yo estaría ahí.
Cuando Josh fue castigado en la escuela primaria por el mal comportamiento de todo su salón, solo porque la maestra pensó que el hijo de un pastor debía ser sujeto a un estándar más alto, me indigné justamente. No objeté que lo castigaran con sus compañeros por hacer algo malo. Pero no me iba a quedar sentada mientras era tomado como chivo expiatorio.
Yo deseaba que mis hijos hicieran lo correcto, porque es lo correcto, y no porque su padre es pastor. De manera que hice lo que necesitaba hacerse. Colocándome en el papel de la madre protectora y guerrera, fui a aclarar el asunto con la maestra.
¿Haría lo mismo por Josh ahora? Desde luego que no. Llega un momento en que resulta inapropiado intervenir de tal manera. Usted tiene que discernir la temporada de prodigar cuidados a sus hijos. Al principio, cuando son pequeños, debe involucrarse cien por ciento. Usted es todo para ellos. Les limpia la nariz. Los lleva a hacer sus necesidades. Pero a medida que crecen, comienza a dejarlos a cargo de esas cosas.
Posiblemente eso suene tonto, pero es verdad: cada vida que producimos pasa por diferentes etapas. De manera que tenemos que aprender cuándo proteger y dar nuestro todo, y cuándo soltar y darles la oportunidad de crecer de acuerdo con el plan de Dios. Sin importar si esa vida es un hijo, un ministerio, un proyecto, un negocio o algún otro sueño dado por Dios, debemos darnos cuenta de que llega un momento en que ya no podemos proyectar en él nuestros propios deseos. Debemos dejar que tome su propia personalidad y siga su propio camino ordenado por Dios.
He estado en ese proceso con nuestro ministerio femenil en Gateway. Al principio me encontraba completamente consumida por él. Mi asistente y yo intercambiábamos correos electrónicos en las horas más extrañas de la noche, porque en ese momento, el ministerio era como un bebé. Necesitaba toda de mi atención.
Ahora las cosas han cambiado. Ya no envío correos electrónicos a media noche. El ministerio ha crecido. Se encuentra en una senda sólida. La intensidad de mi participación ha disminuido, porque tengo un grandioso equipo de mujeres dotadas y ungidas ayudándome. Meter la nariz en todo lo que está sucediendo e intentar controlarlo todo sería malsano. Ahora nos encontramos en una temporada diferente.
Las etapas y las temporadas de crecimiento son algo que mi esposo comprende bien. Él sabe cómo iniciar un aspecto del ministerio y luego soltarlo cuando llega el tiempo adecuado para que alguien calificado lo lleve al siguiente nivel. Él le da libertad a esa persona para que lleve a cabo la visión, pero lo hace sin abandonarla. Le proporciona apoyo y le pide cuentas sin ser un microgerente.
Esa es una de las claves del éxito de Gateway. Nosotros no habríamos podido crecer tan rápido si mi esposo, el pastor Robert se hubiera sentido obligado a conocer y controlar todo lo que estaba sucediendo. Los diferentes elementos de la iglesia —como nuestros ministerios de liberación, mayordomía y adoración— no podrían haberse expandido y madurado como lo han hecho, si él los hubiera sostenido rígidamente. ¿Qué le permite delegarles tales responsabilidades vitales a los demás con una tranquilidad tan completa? Él tiene algo en común con Ana. No depende de la gente en realidad para asegurarse de que todo resulte bien. Finalmente, él depende de Dios. Tiene una exorbitante confianza en Dios.
Yo como líder, intento seguir su ejemplo. Me propongo crear un ambiente de confianza y apoyo para que aquellos que trabajan para mí puedan desarrollarse y crecer. Les comparto mis valores, mi perspectiva y mi visión; pero tan pronto como los miembros de mi equipo están listos, los dejo extender sus alas. Cuando Robert y yo viajamos, les digo: “Me voy a ir durante un tiempo. Pueden ponerse en contacto conmigo si de verdad me necesitan, pero no sientan que deben consultarme cada decisión. Solo oren y sigan la dirección del Señor ustedes mismos. Cuando regrese, apoyaré cualquier decisión que hayan tomado. Si pienso otra cosa al respecto, se los haré saber”.
Mi meta es crear la misma atmósfera de amor y confianza que como madre intenté proporcionarles a mis hijos. Nunca deseé que ellos temieran cometer un error. Deseaba que se sintieran seguros sabiendo que si habían hecho su mejor intento, yo los apoyaría. Si ellos se equivocaban en algo, en lugar de criticarlos o menospreciarlos, los animaba y los capacitaba para que pudieran hacerlo mejor la siguiente ocasión.
En la casa, en la iglesia, en la oficina y en todos lados, he encontrado que este principio permanece: si nosotros alimentamos con la mano abierta y ponemos en Dios nuestra confianza, las preciosas vidas que están bajo nuestra influencia tendrán mucho espacio para crecer.

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