¡Oh, cuán agradecida he
estado a lo largo de los años por el ejemplo de Ana! Me ha animado en muchas
maneras. Como madre joven, luego de darme cuenta de que yo no podía proteger a
mis hijos las veinticuatro horas, los siete días de la semana, la historia de
Ana me ayudó a estar segura de que Dios era suficiente para cuidarlos todo el
tiempo. Podía confiar en que Él los cuidaría cuando yo no pudiera. Al
enviarlos a la escuela cada día, luego de que Robert y yo orábamos por ellos y
le pedíamos a Dios que los guardara del mal, podía entregárselos a Él con
completa tranquilidad.
Eso no es para decir que
yo esperaba que Dios los protegiera de todas las experiencias negativas. Dios
nunca prometió hacer eso. Ninguna de nosotras puede flotar por los días en una
biosfera divina, aisladas de los peligros de la Tierra. De manera que
mis hijos experimentaron los golpes y las sacudidas que vienen junto con el
crecimiento. Es bueno que también lo sintieran.
Los baches que los niños
encuentran y los dolores infantiles menores que sienten, les ayudan a aprender
a acudir a Dios ellos mismos cuando necesitan ayuda. Si nunca se enfrentaran
con ninguna dificultad, no desarrollarían la fortaleza para vencerlas. Ellos no
se convertirían en los conquistadores que deben ser.
Es por ello que como
padres debemos buscar a Dios para obtener el equilibrio correcto a medida que
guiemos a nuestros hijos hacia la madurez. Tenemos que evitar la tendencia de
ser sobreprotectores, mientras que a la vez estamos ahí para intervenir por
nuestros hijos cuando ellos necesiten nuestra ayuda de verdad. Es ciertamente
un desafío, pero eso es lo que intenté hacer. Confié en el Señor, les di a
nuestros hijos la libertad de crecer y les hice saber que si necesitaban
alguien que abogara por ellos podían contar con que yo estaría ahí.
Cuando Josh fue castigado
en la escuela primaria por el mal comportamiento de todo su salón, solo porque
la maestra pensó que el hijo de un pastor debía ser sujeto a un estándar más
alto, me indigné justamente. No objeté que lo castigaran con sus compañeros por
hacer algo malo. Pero no me iba a quedar sentada mientras era tomado como chivo
expiatorio.
Yo deseaba que mis hijos
hicieran lo correcto, porque es lo correcto, y no porque su padre es pastor. De
manera que hice lo que necesitaba hacerse. Colocándome en el papel de la madre
protectora y guerrera, fui a aclarar el asunto con la maestra.
¿Haría lo mismo por Josh
ahora? Desde luego que no. Llega un momento en que resulta inapropiado
intervenir de tal manera. Usted tiene que discernir la temporada de prodigar
cuidados a sus hijos. Al principio, cuando son pequeños, debe involucrarse cien
por ciento. Usted es todo para ellos. Les limpia la nariz. Los lleva a hacer
sus necesidades. Pero a medida que crecen, comienza a dejarlos a cargo de esas
cosas.
Posiblemente eso suene
tonto, pero es verdad: cada vida que producimos pasa por diferentes etapas. De
manera que tenemos que aprender cuándo proteger y dar nuestro todo, y cuándo
soltar y darles la oportunidad de crecer de acuerdo con el plan de Dios. Sin
importar si esa vida es un hijo, un ministerio, un proyecto, un negocio o algún
otro sueño dado por Dios, debemos darnos cuenta de que llega un momento en que
ya no podemos proyectar en él nuestros propios deseos. Debemos dejar que tome
su propia personalidad y siga su propio camino ordenado por Dios.
He estado en ese proceso
con nuestro ministerio femenil en Gateway. Al principio me encontraba
completamente consumida por él. Mi asistente y yo intercambiábamos correos
electrónicos en las horas más extrañas de la noche, porque en ese momento, el
ministerio era como un bebé. Necesitaba toda de mi atención.
Ahora las cosas han
cambiado. Ya no envío correos electrónicos a media noche. El ministerio ha
crecido. Se encuentra en una senda sólida. La intensidad de mi participación ha
disminuido, porque tengo un grandioso equipo de mujeres dotadas y ungidas ayudándome.
Meter la nariz en todo lo que está sucediendo e intentar controlarlo todo sería
malsano. Ahora nos encontramos en una temporada diferente.
Las etapas y las
temporadas de crecimiento son algo que mi esposo comprende bien. Él sabe cómo
iniciar un aspecto del ministerio y luego soltarlo cuando llega el tiempo
adecuado para que alguien calificado lo lleve al siguiente nivel. Él le da
libertad a esa persona para que lleve a cabo la visión, pero lo hace sin
abandonarla. Le proporciona apoyo y le pide cuentas sin ser un microgerente.
Esa es una de las claves
del éxito de Gateway. Nosotros no habríamos podido crecer tan rápido si mi
esposo, el pastor Robert se hubiera sentido obligado a conocer y controlar todo
lo que estaba sucediendo. Los diferentes elementos de la iglesia —como nuestros
ministerios de liberación, mayordomía y adoración— no podrían haberse expandido
y madurado como lo han hecho, si él los hubiera sostenido rígidamente. ¿Qué le
permite delegarles tales responsabilidades vitales a los demás con una
tranquilidad tan completa? Él tiene algo en común con Ana. No depende de la
gente en realidad para asegurarse de que todo resulte bien. Finalmente, él
depende de Dios. Tiene una exorbitante confianza en Dios.
Yo como líder, intento
seguir su ejemplo. Me propongo crear un ambiente de confianza y apoyo para que
aquellos que trabajan para mí puedan desarrollarse y crecer. Les comparto mis
valores, mi perspectiva y mi visión; pero tan pronto como los miembros de mi
equipo están listos, los dejo extender sus alas. Cuando Robert y yo viajamos,
les digo: “Me voy a ir durante un tiempo. Pueden ponerse en contacto conmigo si
de verdad me necesitan, pero no sientan que deben consultarme cada decisión.
Solo oren y sigan la dirección del Señor ustedes mismos. Cuando regrese,
apoyaré cualquier decisión que hayan tomado. Si pienso otra cosa al respecto,
se los haré saber”.
Mi meta es crear la misma
atmósfera de amor y confianza que como madre intenté proporcionarles a mis
hijos. Nunca deseé que ellos temieran cometer un error. Deseaba que se
sintieran seguros sabiendo que si habían hecho su mejor intento, yo los
apoyaría. Si ellos se equivocaban en algo, en lugar de criticarlos o
menospreciarlos, los animaba y los capacitaba para que pudieran hacerlo mejor
la siguiente ocasión.
En la casa, en la iglesia,
en la oficina y en todos lados, he encontrado que este principio permanece: si
nosotros alimentamos con la mano abierta y ponemos en Dios nuestra confianza,
las preciosas vidas que están bajo nuestra influencia tendrán mucho espacio
para crecer.
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